DOCUMENTO 3: SALUTACIÓN

(Martín Fierro nº19, 1925) RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

Siempre vivimos frente a un río de dos orillas. La de enfrente para toda nuestra vida, nuestro pensar y nuestro mirar es América. Figuráos si tendré ganas de llegar ahí cuando ha sido ése el paisaje que he estado contemplando a través de los años sentado en mi mesa, esperando la hora de tomar la barquita.

Lo que marcaba la perspectiva de lo que iba haciendo es lo que me escribían desde esa otra orilla. Así desde que se inició mi literatura tengo ahí unos amigos correspondientes en las mismas corazonadas y en los mismos atisbos, a los que ahora voy a abrazar. Yo que recorrí con algunos las viejas calles de Segovia y de Madrid voy a recorrer ahora las jóvenes calles de Buenos Aires cuyo arte y cuya luz están tan admirablemente radiados por Jorge Luis Borges y después haré viajes en los trenes que van medio por el cielo, medio por la tierra, para sentirme en el palpitante tobogán que con tanta emoción ha descrito Güiraldes.

Esa facilidad para la imagen que hay en los ojos funambúlicos de Girondo –100 revoluciones al segundo- y en los cuarenta grados de fiebre de Alberto Hidalgo, quiero exponerme yo a experimentarla andando también por el alambre de ese meridiano. Voy a comprobar en la Argentina el mundo de enfrente, donde se habla la palabra en que nacimos, con la misma claridad y con una esperanza que está más en su mediodía.

No voy en tono profético ni revelador. Voy como adámico emisario que sólo ha aspirado siempre a devolver algo de su espontaneidad a una naturaleza que era evidentemente espontánea.

Voy también a reunir dos emociones distantes, la de aquella inolvidable revista “Don Quijote” que tan vivaz gesto hizo a mi infancia en aquellos tomos encuadernados en fuerte piel de becerro por aquel pariente que había vivido mucho en la Argentina y la de este MARTÍN FIERRO que, aunque sabe que su Clavileño pace en las Vías Lácteas, tiene un sabor zumbón libre y desgarrado de buen descendiente argentino.

Mis conferencias son las que me ha dictado mi tiempo y voy con ellas a dar mi visión particular del mundo. La menos oficial de las visiones, la más inacabada.

No voy a revelar nada trascendental, pero voy a tener una actitud libre y heroica en mi arbitrariedad. Voy a mostrarme, en fin, tal como me conocéis y me suponéis.

Soy en realidad el primer condiscípulo literario de esas juventudes y siento entusiasmado el milagro de que silenciosa y desinteresadamente se encuentren junto a mí los jóvenes que más protestan de todo y para los que será difícil encontrar un emisario español.

En la velada literaria yo voy a recoger esa culminante alegría que hay en la cinta cinematográfica cuando el condiscípulo del colegio lejano se hospeda en casa del hijo de los próceres y el padre y la madre encuentran en tal huésped un parentesco que crea esa simpatía del adolescente en plena rebeldía para todo, menos para el condiscípulo predilecto.

¡Mucha luz en el “hall” argentino para filmar ese acontecimiento por primera vez sincero y sin etiqueta, al margen de las academias y los profesores, en la vacación, en la más pura hora de asueto!

Soy el menos oficial de los emisarios, soy quizás el más disparatado, pero soy de los más leales, sin que piense hacer campanuda mi voz al hablaros y mostraros mi sencilla prestidigitación.

Cuando parece que hay que ir a visitaros con las grandes gafas de carey, yo voy a ir con mi risueño monóculo sin cristal, buscando la confianza del humorismo criollo, fraternizando en la misma fiesta de escepticismo y campechanía y recordando a mis compatriotas la eterna bohemia y el eterno sarcasmo español. Yo, que busco lo que de más humano, pintoresco y almado hay bajo los empaques, sé que he de encontrar el espíritu incrédulo en que más se redime el hombre y en cuyas bromas se liberta de las grotescas seriedades, seriedades indignas de los que han de pasar por el embrome de la muerte, que todo lo echa a barato y es patateta verdadera de clown.

Yo voy buscando eso que es la principal virtud del pueblo nuevo y original, su desobediencia a esa solemnidad ya del todo desprestigiada en la vieja Europa y que no debe ser entronizada en ningún sitio, porque no hay nada que haga más esclavo al hombre.

Lo nuevo tiene que resplandecer en América donde no hay ningún viejo fanatismo que detenga la aurora esperada. Yo voy a augurar con vuestros augures ese nacimiento, a gritar esa epifanía, a festejar el preámbulo, a proclamar el respeto que merece el advenimiento que va a consagrarse en esa meridianeidad en que se congrega de nuevo la rediamantina luz de la mañana griega para que se plasme un nuevo arte, ciñendo la túnica, más innonsutil y macerada que nunca del nuevo estilo, a la desnudez de la Venus nueva recién parida por los mares siempre nuevos.