1909

Martín Greco, gretin@yahoo.com
Buenos Aires (mayo 2002)

La condición preliminar de cualquier obra literaria es la siguiente:
la persona que escribe debe inventar a ese primer personaje que es el autor de la obra.

Italo Calvino1

 

El año 1909 es cardinal en la vida de Ramón Gómez de la Serna. No por lo que ha escrito sino por lo se dispone a escribir; es el año en que se inventa a sí mismo como escritor.

Hasta entonces -tiene veinte años- se ha dedicado a lo que luego llamaría "teatro muerto" o "para enterrar" y ha editado un par de libros de esos que ya vienen con arrepentimiento de publicación aun antes de ser publicados.2

Se ha ido a vivir a París, "con el alma ávida y desolada" (1948: 214). Allí permanecerá dos años y entrará en contacto con las vanguardias que revolucionarían el arte del siglo XX.

Ha renunciado a ser abogado.

Ha decidido dedicarse nada más que a la literatura. A quienes le ofrecen introducirlo en la política, responde: "Sólo quiero ser escritor" (1948: 200). Ya no se trata de escribir en los ratos libres, sino de consagrar toda la vida a esa tarea: "La literatura no es más que tener talento literario y meterse en casa a escribir" (1948: 346). "El artista no se retira sino después de muerto" (1957a: 254).

Y en 1909 Ramón define qué clase de escritor será y qué lugar ocupará en el sistema literario, en la "estantería hipotética".3 Declara a favor y en contra de qué se va a situar o, en sus propias palabras, hace "profesión de fe y de escepticismos". La definición en negativo toma como punto de partida "todo lo que no ha de hacer".4 En esta actitud, que en última instancia se remonta a las tradicionales "artes poéticas", Ramón coincide con la mayoría de las vanguardias, que establecen explícitamente una proyección hacia el futuro en base a sus relaciones con el pasado, por lo común mediante proclamas y manifiestos.

En el mismo número de la revista Prometeo (nº VI, abril de 1909), Ramón publica tres textos que constituyen su verdadera "fundación" como escritor:

El primero es "El concepto de la nueva literatura", basado en la famosa conferencia leída en el Ateneo de Madrid con menos escándalo que indiferencia. Ramón admite que este concepto está inspirado "más en vista de lo inédito que de lo hecho hasta hoy". Se proclama contrario "a la frase hecha, al tópico, a lo manido", a la literatura como ejercicio neutral. Para él, "una literatura burguesa, conservadora, sin contagiar por todas las subversiones y por todos los anhelos, impasible ante la colisión silenciosa de todas estas cosas, impasible ante la absorción con que denigran la vida, no es literatura." Y luego de la destrucción iconoclasta de lo viejo puede empezar a vislumbrar el carácter de lo nuevo. La literatura debe ser "sintética", físicamente individualista y personal: "Todos sus imperativos son carnales y todas sus cosas establecen una sensata y acuciadora correspondencia orgánica entre el mundo y el individuo," tan orgánica que contiene en sí "glóbulos rojos, semen, retina, dermis, y epidermis". La literatura debe ser furiosamente actual, y exaltada: "hay que escribir siempre como haciendo TESTAMENTO", hay que huir de lo perfecto y buscar "el desarreglo, la asimetría del estilo".5

Sin embargo, las ideas expuestas en este ensayo importan menos que la actitud y el tono con que se exponen. Lo fundamental de la nueva literatura es que está siempre "en construcción". No hay que detener nunca los propósitos renovadores: "Yo lo espero todo de la nueva literatura, porque en principio reniega de todos los sedentarismos, hasta de los libertarios cuando se detienen en su insurrección".

El segundo texto publicado en el número VI de Prometeo no le pertenece: es la traducción de "Fundación y manifiesto del futurismo" de Marinetti, publicado originalmente apenas dos meses antes, el 20 de febrero de 1909, en Le Figaro de París. Así Ramón introduce, con notable anticipación, la vanguardia en la lengua española.

El tercer texto, "Movimiento intelectual. El futurismo", aparece como una presentación del manifiesto de Marinetti, aunque es, en rigor, una declaración de principios del propio Ramón. Allí destaca la importancia de los manifiestos: "las proclamas son cosa capital y purgante", "son la garrocha que necesitamos para saltar". Estas declaraciones de principios, que constituyen un estímulo para el escritor, de algún modo son también instrucciones de lectura. La mayoría de los prólogos que Ramón escribe para sus obras posteriores funcionan de hecho como manifiestos.

Una proclama, sobre todo, debe ser "efímera" para que no se vuelva "sedentaria, estacionaria, escolástica". Porque el arte no debe detenerse nunca: esta es la idea central para Ramón en 1909 y a la que insistentemente se aferra:

No dejéis reposar mucho tiempo lo hecho, no queráis hacerlo definitivo. Caso que mereciera ser lo definitivo romperlo intermitentemente para volverlo a crear. Pero romperlo, revolucionarlo, removerlo, para que no se vicie.

Sed el movimiento continuo.

Convivamos con lo contradictorio, con lo absurdo, pero viajemos de aquí acullá, no seamos estacionarios.

En el sosiego, en el orden, en el estato-quo [sic] el hombre se va desmoronando, se alisa, se achata y de pronto ¡horror! se hace como todos,  es decir, no es como nadie, no es nadie.

Sed unos grandes fracasados antes que unos seres sin adjetivación aproximada.

De un hombre que ha dado en su vida un salto mortal, aunque se rompiera las piernas, esperaremos por fe en su encarnadura verle salir de la convalecencia, y lo esperaremos todo de él por fe en su prosapia, aunque después vuelva a dar otra vez el salto y vuelva a romperse las piernas. La predisposición a los saltos mortales, a lo largo o a lo lejos, a lo alto, violentamente, desesperadamente, es una gran cualidad.

Ramón sabe que está a punto de dar su salto mortal y resuelve convertirse en un excéntrico. Renuncia desde el principio a ser un cliché, a ser "estacionario". Y durante todo el curso de su vida se empeñará en mantener con orgullo su posición de creador dinámico e independiente, en ser el escritor creado por sí mismo en 1909.

Así, por ejemplo, en el prólogo a Ismos escribe: "Siempre para mí las academias no tienen nada que ver con el arte y siguen siendo los mismos recintos tétricos, llenos de jefes de negociado de la lengua. He sido tiroteado en la vanguardia y he dado el pecho y la respuesta siempre como vanguardista." Y también: "la revolución del arte es permanente", "no hay otra forma ni concepto de la distancia en Arte que el innovar." (1931: 10-14)

Los años veinte y treinta dieron a Ramón un malentendido de fama mundana, de la cual lo liberaron el tiempo, acaso dolorosamente, y la índole siempre innovadora de sus propias obras. De este modo evoca, en 1948, aquella época: "Un lance al sesgo, un silencio a tiempo, una vuelta a las andadas -lo improvisado y acabado-, me libertaba de los seguidores y lograba darles el esquinazo. Así evité que lo que estuvo a punto de suceder -la popularidad y sus secuelas, el destacamiento como hombre de partido y tendencia-, se eclipsase de pronto, ganando de nuevo mi intimidad de recalcitrante, de desconocido." (1948: 748) Lo que más reprocha a otros escritores, como Azorín, es la claudicación: "El que había aparecido como el iconoclasta, nos sorprendió pactando con los más rancios políticos y con academicistas." (1957a: 252).

Sobre el final de su vida, en Buenos Aires, Ramón intentará mantener su conducta pese a la pobreza en la que vivía. Según José Ignacio Ramos, "Camilo José Cela, que le quería y admiraba, le instaba a que regresara a España. 'Le haremos académico inmediatamente, no le faltará nada'" (1980: 64). Pero Ramón se niega y publica un artículo titulado "Soy de la Academia de la Real Gana", recogido luego como capítulo XXVII de Nuevas páginas de mi vida (1957b: 134-139). El peligro de la la Academia, dice, es que "pueda intervenir con su influencia en la libertad de formas e inspiraciones en que debe vivir la creación literaria"; "Al entrar en la Academia se cede a todo lo que no es verdad, a todo lo que es retardatario. [...] Yo no quiero estar bajo ese lema de lustrabotas: 'Limpia, fija y da esplendor'". El academicismo es algo que no puede soportar un escritor que aún se considera un iconoclasta: "Como en mí la inclaudicación es verdadera, aquella rebeldía juvenil que me hizo dejar una corona de flores en la verja de la Academia, un día de los Fieles Difuntos, persiste aún."6 Se anticipa provocatoriamente a las objeciones:

¿Que no merezco el puesto que rechazo? Pues entonces contestaría satisfechamente con las palabras de Cocteau: "No hay que rechazar las recompensas oficiales; lo que hay que hacer es no merecerlas".

Y concluye: "Yo soy así y así moriré. Creo en lo que creo que debo creer y no creo en lo que creo que no debo creer."

En este sentido, no hay que lamentar que Ramón no sea un escritor "consagrado". Logró "no merecer" esa clase subalterna de la gloria. Es un clásico, no por ser una institución, sino porque la fuerza revolucionaria de su literatura sigue intacta y las nuevas generaciones podemos encontrar en él nuevas formas de leerlo; hay tanto Ramones como lectores. Ante su obra sentimos que algo se nos escapa siempre: Ramón sigue produciéndose, creando a través de nosotros, está "en construcción" permanente.

Las propuestas del joven Ramón de 1909 coinciden con el destino final de su literatura: huir, ya no estar allí cuando los otros llegan, ser siempre otra cosa.

NOTAS

1     "Los niveles de la realidad en literatura", en Calvino, 1980.

2     "Ahí están en mi librería, defendidos, prohibido el tocarlos, como material cadavérico, como si hubiesen sido el ensayo de criaturas mejores, la depuración tremebunda para llegar a otras concepciones, a otras palabras, a otros personajes, a otros vagidos". (RGS, 1948: 207.)

3    "Un libro se escribe para que pueda ser colocado junto a otros libros, para que entre a formar parte de una estantería hipotética y, al entrar en ella, de alguna manera la modifique, desplace de su lugar a otros volúmenes o los haga pasar a segunda fila, reclamando el adelantamiento a primera fila de algunos otros." (Italo Calvino, "¿Para quién se escribe? La estantería hipotética", 1980.)

4    "El concepto de la nueva literatura".

5    Todos los subrayados en las citas son de Ramón.

6    En otro capítulo de este libro se lee: "Fue larga mi labor de opositor, de embarullador, de espantatiempos." (1957b: 187) Es interesante recordar aquí las palabras de Umberto Eco (1983): "La desgracia que arruina la vida de Tomás de Aquino sobreviene en 1323 ... cuando Juan XXII decide convertirlo en Santo Tomás de Aquino. Una mala pasada, como recibir el premio Nobel, entrar en la Academia Francesa u obtener el Oscar. Uno se convierte en un cliché, como la Gioconda. Es el momento en que a un incendiario se le nombra bombero."  

OBRAS CITADAS

CALVINO, Italo

1980            Una pietra sopra. Torino: Einaudi. Edición castellana: Punto y aparte. Barcelona: Bruguera, 1983.

ECO, Umberto

1983            "Elogio de Santo Tomás", en Sette anni di desiderio. Milano: Bompiani. Edición castellana: La estrategia de la ilusión. Barcelona: Lumen, 1986.

GOMEZ DE LA SERNA, Ramón

1909            "El concepto de la nueva literatura. ¡Cumplamos nuestras insurrecciones!" y "Movimiento intelectual. El futurismo" en revista Prometeo, núm. VI, abril de 1909. Recogidos luego en RGS, 1988.

1931            Ismos. Madrid: Biblioteca nueva.

1948                  Automoribundia. Buenos Aires: Sudamericana.

1957a          "Ex-Libris" en Azorín, tercera edición. Buenos Aires: Losada.

1957b Nuevas páginas de mi vida. Alcoy: Marfil. Citamos por la edición de Madrid: Alianza, 1970.

1988            Una teoría personal del arte. Antología de textos de estética y teoría del arte. Edición de Ana Martínez Collado. Madrid: Tecnos.

RAMOS, José Ignacio

1980            Mi amigo Ramón. Buenos Aires: Temas contemporáneos.