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EL RASTRO
(de Ramón Gómez de la Serna)

 

 EL RASTRO
de RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, fotos de CARLOS SAURA
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, diciembre 2001

En el prólogo del libro, dice Carlos Saura:

“Allá por los años setenta tuve la suerte de que me encargaran ilustrar El Rastro, de Ramón Gómez de la Serna. En un par de domingos, con mi Leica, traté de fotografiar todo aquello que me llamó la atención.

La primera sensación que tengo al contemplar mis fotografías es el recuerdo inmediato de aquellos días. Son una mirada a aquel Rastro de Madrid en donde todavía los carritos con su burro o con su mula, los seiscientos, las camionetas desvencijadas y las vespas de antaño inundaban la Ribera de Curtidores cargando y descargando objetos. Los sábados, los domingos y los días de fiesta miles de personas –como ahora– se repartían entre los puestos que inundan calles y callejuelas.”

En la Nota del editor, Hans Meinke dice:

El Rastro fue publicado por primera vez en 1914, en pleno estallido de las vanguardias, y junto con Greguerías (1917) y otros textos contemporáneos abrió la etapa más brillante de Ramón Gómez de la Serna, aquella que señala el comienzo del llamado “ramonismo”. El autor denunciaba por esas fechas iniciales del siglo XX el hecho de que los editores españoles inundaran el mercado con “medio-cridades”, u procedía a crear “el libro inclasificado, el libro violento, el libro ultravertebrado, y el libro cambiante y explorador; el libro libre en que se libertase el libro del libro, en que las fórmulas se desenlazasen al fin.

Sorprendentemente lúcido a sus poco más de veinte años, Ramón Gómez de la Serna se iniciaba como un escritor preocupado por los entresijos de la realidad cotidiana, hasta describir lo marginal y lo excéntrico, lo insólito y lo específico, dando a sus escritos soluciones que entonces no podían adscribirse a ningún género literario conocido. En El Rastro ya estaba plenamente presente, pues, el autor al que Octavio Paz reconocería como fundador –junto a Vicente Huidobro, Juan José Tablada y Macedonio Fernández, entre otros– de la poesía moderna española e hispanoamericana.

El Rastro conoce cuatro ediciones en vida de su autor, la de 1914, la de 1931, la de 1956 (en el primer tomo de sus obras completas) y la de 1961, recogida en la edición de las Obras Completas que publican Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores.

En este libro reproducimos íntegramente la edición de 1914, con la voluntad de volver a la fuente original del texto y poner en las manos del lector una pieza editorial única, que da cuenta del primer impulso literario de Ramón Gómez de la Serna. En ella se incluyen un “Ex–libris” y los capítulos de “Azorín” y “Pío Baroja”, suprimidos en las ediciones posteriores.

La singularidad de este libro se halla, sin embargo, primordialmente en la inclusión del trabajo fotográfico que Carlos Saura realizó en 1961 sobre el mercado madrileño, creado en un principio para la cuarta edición de la obra titulada Guía del Rastro.”

Por último, Ramón, en su prólogo, comienza:

“El Rastro no es un lugar simbólico ni es un simple rincón local, no; el Rastro es en mi síntesis ese sitio ameno y dramático, irrisible y grave que hay en los suburbios de toda ciudad, y en el que se aglomeran los trastos viejos e inservibles, pues si no son comparables las ciudades por sus monumentos, por sus torres o por su riqueza, lo son por estos trastos filiales.

Por eso donde he sentido más aclarado el misterio de la identidad del corazón a través de la tierra ha sido en los Rastros de esas ciudades por que pasé, en los que he visto resuelto con una facilidad inefable el esquema del mapamundi del mundo natural.”

Y del Exlibris incluido en esta edición:

“ ‘Hace ya mucho tiempo que escribe usted esa obra, ¿no?’, nos preguntan ya con verdadera exigencias los amigos impertinentes, y nosotros, remolones, contestábamos que sí, sin quererles confesar que nosotros no hacemos una obra, sino que nos preparamos para la hora inagotable, que a otros les coge en plena monotonía.

Parece que los libros no han de influir más que en la lectura. ¿Quién pasa de la lectura de un libro? Los hombres que leen llegan a consentir que no se lea, llegan a propagar los libros, pero no a permitir que los libros se cuelen en la sangre; eso no, eso es una insensatez, según ellos los insensatos... ¿Es comprensible esta insensibilidad, esta doblez, esta flemática actitud, este abuso ingrato, este obscurantismo asesinable?

Nuestro libro no será ese libro para leerlo en una noche como quien lee un libro cualquiera... No. Antes el fuego, antes no ser abiertos, antes la muerte del lector.

Fundamento para vivir, no entretenimiento, deben ser los libros. Cuestión de evocaciones y de avances sobre el libro. Cuestión de tenerlo todo en cuenta, pero siempre contando con más. Cuestión de conseguir la lectura tan dislaceradamente como el autor ha conseguido el original.”

Y, al final, Ramón incluye algunas greguerías:

“... La seda tiene un aliento de senos de mujer, un titileo, un cabrilleo de senos de mujer.”

“Arredra hacer el cálculo de las cerillas que se gastan, que se han gastado, que se gastarán.”

Una cerería es una tienda sórdida, ladina, hipócrita, lívida, repulsiva, clerical.”

“Desde que supimos lo de los derrames serosos, estamos esperando morir de un derrame de ésos.”

“Siempre parecen haberse perdido las llaves.”

“¿Por qué diablos olerán tan mal los telegramas?”

 
primera edición, editorial Prometeo, Valencia 1914