La imagen del artista ramoniano (1905-1908) |
© Juan Manuel Pereira, jpereira@pie.xtec.es |
Barcelona, enero 2002 |
ENTRANDO EN FUEGO
La posición del joven Gómez de la Serna en 1905 es de un vago ideal que parece guarecerse bajo el diagnóstico que los Tres (Azorín, Maeztu y Baroja) habían emitido en su Manifiesto de 1901, y que no hace más que corroborarlo.
Se postula como un intelectual humanitario, y confía en una juventud justiciera e ilusionada que desea distanciarse de la clase burguesa en la que residen los males de la sociedad española, pero de cuyo seno debe surgir su cura. El derecho, la cultura y el arte son los instrumentos de la revolución de las almas que propugna el articulista. El derecho frente a la hipocresía de la caridad, que no resuelve la pobreza; la cultura como remedio y vigorizante para un pueblo ignaro, cruel y avaricioso, falto de formación; y la belleza como consuelo de la pobreza que les lleva a la desesperación. El problema de España, pues, es la cuestión social, y la postura de Ramón, la de un joven regeneracionista (entendido en un sentido amplio) que no desprecia los medios que pone a su alcance la legislación, creados por la clase dirigente como remedio de los males que ella misma incrementa. Lejos de estos artículos esa sombra revolucionaria que aletea en algunas alusiones biográficas a su juventud anarquista. La revolución sangrienta es negada frente a la revolución de las almas; así pues, el intelectual humanitario espera que sea la elevación cultural y espiritual del pueblo español la que, con una influencia vertebradora y justiciera, perfeccione la sociedad.
Ese intelectual humanitario, comprometido con el análisis y la denuncia social, adquiere un perfil moderado en un dibujo característico del Ramón de siempre: intelectual prudente, resignado, vocacional y monacal. Se trata del colchón mullido con que el satírico se previene de la locura a que puede conducir la práctica impotencia que enfrenta deseo de cambio y realidad impertérrita. Se demuestra la conciencia de clamar en el desierto.
Lo que parece que es verdaderamente destacable es la imagen de escritor comprometido que será defraudada con la madurez literaria, primero porque marca los límites de una primera etapa, después porque informa de la procedencia literaria e ideológica del creador de la greguería.
«¿Quién soy?», se pregunta en el prólogo a su primer libro para exponer su ideario y para someterse a la imagen con que desea ser identificado. «Un joven [ …] que recopila unos trabajos […] y los ofrece a las gentes, descubriendo reconditeces de su alma…»,
1 se responde; un escritor apasionado, «rebosante de entusiasmo», que se hace eco de un grupo de amigos con los que deseaba fundar un periódico titulado Plus Ultra.1 GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón: Obras Completas, T-I, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores; Barcelona 1966; pág. 419. |
Hay que subrayar ese deseo de compartir la predicación de ideas; será un lugar común en la etapa fundacional de Prometeo y en los textos programáticos de círculo pombiano. Es de suponer que la existencia de este grupo de escritores, no sabemos si ficticia o real, no obraba en Ramón sino como enseña bajo la que dilatar el individualismo personal e independiente y, sin embargo, refrendado por la amistad de unos pocos.
El programa de Entrando en fuego alude a una juventud española de la que el autor se erige en portavoz y en la que cifra su ambición de joven escritor ansioso de ser tomado en cuenta. En este momento todavía lo hará amparado en la generación inmediatamente anterior, personalizada en su admirado Azorín como principal fuente de influencias, y lejanamente presidida por el espíritu crítico de Larra.
Como sabemos, el modernismo (en el sentido juanramoniano), y en su seno Unamuno y el grupo de los Tres, había tomado sobre sus espaldas la responsabilidad de analizar la decadencia de la cultura española, sometiendo a crítica el estado de las cosas, tanto en los terrenos de la política como en los de la espiritualidad y la literatura. Tal había sido también el tema de muchos artículos de Fígaro, y aquí ha de bastar el recuerdo de su Literatura. Rápida ojeada sobre la historia e índole de la nuestra. Su estado actual. Su porvenir. Profesión de fe.
2 En ese texto se procedía a un rápido análisis de las causas del parón en la carrera de las ciencias y la literatura que se produjo a partir de la Contrarreforma. La escisión religiosa, y a la postre política, a su juicio, había supuesto el distanciamiento español del foco de las ideas nuevas, siendo el reinado de Carlos III apenas una esperanza de renovación a través de la influencia francesa. Esa esperanza fue truncada por la contradicción producida entre el aire fresco del espíritu de las luces francés y el purismo lingüístico —anclado en Cervantes— de los escritores españoles. A pesar de todo, Larra se declaraba optimista, pues sentía que el romanticismo era capaz de impulsar una «literatura nueva», y «joven». Es este impulso de juvenil y libertario el mismo que anima a Ramón a postularse como representante de una juventud renovadora, una generación que romperá la frontera del «nec plus ultra» señalado por Larra. Ramón se compromete:3 ¿Cuál será su lema? «¡Plus Ultra! Anhelamos en todos los órdenes el más allá; mientras no encontremos la verdad definitiva, la fórmula absoluta, nuestros labios repetirán constantemente: más allá.»4«tomaremos parte desde nuestra modestísima posición de soldados bisoños […] en la revolución de las ideas, de las almas».
2 LARRA,
Mariano José de: Ártículos Selectos, Editorial Iberia,
Barcelona, 1960, págs. 323-328. |
En este primer libro, el madrileño demuestra un espíritu periodístico muy cercano al Azorín de las Confesiones de un pequeño filósofo y, en general, al de los artículos que publicara en torno a 1905 (en otra parte se ha señalado la manera estrecha en que se relacionan ambos escritores). No en vano, en el de Monóvar se apreciaba también la voluntaria servidumbre al padre Larra. Hay que leer, por ejemplo, su Aniversario (de 1904)
5, donde recuerda al suicida y, al mismo tiempo, celebra la efemérides del homenaje que a Larra hizo, junto a sus compañeros de generación, en 1901. En el artículo se aprecia un tono, una estructura discursiva, una implicación biográfica e incluso algunos rasgos retóricos —sobre todo el uso continuado de la interrogación retórica— que le emparentan con el estilo de Fígaro y que también son perfectamente identificables en su discípulo y joven periodista madrileño (en su período de 1905 a 1908). Cabe apreciar la indisimulada admiración que Gómez de la Serna profesa por Azorín en El Atentado6 (9.VI.1905), así como las concomitancias estilísticas que han quedado subrayadas.
5 En
AZORÍN; Política y Literatura, Alianza Editorial, Madrid;
págs. 155-164. |
El aprendiz de escritor se sitúa, por tanto, en la estela literaria de un reformismo comprensivo de la necesidad y desamparo del pueblo. Pretende despertar la conciencia burguesa para que se lleve a cabo la corrección necesaria en las costumbres y en la ignorancia de los españoles. Para ello señala con sus artículos algunos elementos turbadores: la superstición frente a un escepticismo angustioso ("La mentira y la verdad", Entrando en fuego, O.C., T. I; p. 421); la locura de los celos ("Solos", p. 423); la desigualdad económica ("Las llaves de la muerta", p. 424); el sufrimiento trabajoso del pueblo, apenas aliviado por la Belleza ("La imagen es la felicidad", p. 427); la pobreza de ideas de la generación rectora frente a una juventud optimista ("Los jarrones", p.429; y "Simbólicas", p.441); la irresponsabilidad de la burguesía ante la necesidad del pueblo ("Mi lástima", p.431, y "Simbólicas"); el poco caso que la clase burguesa hace de la juventud ("¡Loco…!", p.433); los pecados de vicio e ignorancia inherentes al hombre y representados en el pueblo ("Lo que dan los libros", 443); el academicismo estéril ("La mujer en la Academia", 439); la situación de penuria económica que sufren los escritores e intelectuales ("Loco" y "Las jóvenes poetisas", p. 452).
Aparte de este rasgo continuista con respecto a la generación anterior, asociado a la imagen del intelectual, se aprecian en Entrando en fuego dos elementos seminales del mito del artista que en este trabajo se persigue definir. Uno es la idea de que la belleza pueda consolar y compensar por la pobreza material. Es decir, la fuerza del arte para trascender la cuestión social. En "La imagen es la felicidad", el periodista camina junto a unos labriegos, participa de su sufrimiento y se solidariza a través de la sugestión de una imagen bella. Aquí subyace la misión estética de un artista que, en la madurez del madrileño, deberá ceñirse a su arte y a su lucha independiente, desinteresado de la intriga política, refugiado en el claustro de su despacho.
El segundo elemento se halla en "¡Loco…!", donde Ramón ataca a la turba de imbéciles que no atiende al intelectual joven y valioso, alguien que, sobre la bohemia y la pobreza, acarrea su esfuerzo hacia la virtud y el estudio. Se trata de Juan Roger, cuyo destino será la locura a la que lo aboca la incomprensión. Nos interesa subrayar la lección que el periodista extrae de esta narración: ¡hay que «ser prudente, resignado, templadísimo en todo!». Es preciso ver en el mártir al modelo bohemio, entregado a su misión, que Gómez de la Serna acogerá para siempre en su ideal; pero también interesa la resignación, la misma que suavizará sus momentos más combativos en el futuro (como serán los libros Morbideces y El libro mudo), en los que la adaptación al medio y la ocultación tras la máscara del escepticismo culminarán y maquillarán el enfrentamiento del escritor solitario contra la incomprensión y el simulacro.
ARTÍCULOS PARA LA REGIÓN EXTREMEÑA
En esta carrera hacia el enmascaramiento literario que representará Tristán, los artículos para La Región Extremeña (1905-1908) presentan al intelectual humanitario como testigo de excepción, siempre cronista de hechos de los que puede dar fe; además, se implica de manera autobiográfica en la estructura de los textos, y demuestra estar cada vez más al día en sus lecturas (psicología y positivismo científico).
Después de su primer libro, continúa en esta época, de manera más obvia incluso, en su vena anticlerical, asociada a una corriente de liberalismo político que se pretende libertador de los pobres. Ahora bien, lejos de la idea de un liderazgo de masas, ya se aprecia la cala de la corriente personalista, del individuo superior que se redime a sí mismo junto con otros individuos (aunque asume la labor pedagógica del arte para las masas). El literato puro es visto con buenos ojos y admirado en su bohemia de dificultades. Precisamente, si algo bueno se puede encontrar en la clerecía, es la recuperación de su sentido primitivo, monacal, sincero:
7«la buena clerecía remota, pequeña y humilde.
[…] unos hombres místicos, excepcionales y poetas […]. ¡[…] la mano afanosa, humilde, fraternal, de hombres solitarios que trabajaban junto a la naturaleza, sin boatos».
7 "La mano muerta", La Región Extremeña, 4.11.1906; O.O., T-I; págs. 986-987. |
Se debate el joven periodista entre su inicial confianza en el derecho legislado ("Ayuda y te ayudarán", Entrando en fuego, p. 445) y el desengaño de los métodos moderados de progreso hacia la sociedad justa. El escéptico Ramón teme que los individuos se alíen contra su pobreza y hambruna, teme que explote la idea revolucionaria entre los desasistidos y que el número se convierta en manada contra el poder establecido ("Las rebeldías del hambre", La Región Extremeña, O.C., T. I, p. 982). No se atreve a defender la revolución. La contempla como posibilidad lógica, como desahogo de un polvorín mal cuidado. Ve en ella el peligro. Sin embargo, tres meses después, el 10 de agosto de 1906, comentando la disolución de la Cámara Rusa, aun cuando vuelva a alertar sobre los riesgos que encierra la tiranía de la desigualdad, Ramón está dispuesto a afirmar con alegría que la misma intolerancia que comprime a los descontentos será la que contribuya al estallido de la revolución:
8«Es mejor que se aprieten los tornillos, que ellos hieran, que desesperen; así saldrán rotos de una vez, sin tener uncida a ellos la esclavitud […] y así esta disolución ha sido un error feliz que será un impulso, fuerza para el gran salto a las tierras de promisión».
8 "Decreto de disolución de la Cámara Rusa", ídem., 10.8.1906; pág.985. |
La misma idea reside en sus impresiones acerca del advenimiento del gobierno Maura en 1907. Le es simpático el gobierno conservador «porque el gobierno liberal, sin hacer ninguna labor, sin accionar, ni avanzando ni retrocediendo, había aletargado las ambiciones», y así, «aunque me sea detestable el nuevo gobierno, me es doblemente simpático que el liberal, pues el absolutismo hará a los espíritus radicalmente liberales […], les hará afilar sus armas, […] y les hará también ejercitarse en el arte de la guerra». Ramón considera que la desesperación a que llevará el nuevo gobierno «hace que los parias al verse acosados en derredor se amparen, uniéndose fraternalmente».
9
9 "Ideas sobre la actualidad política", ídem., 2.2.1907; pág.1002. |
En diciembre de 1907, el defensor del derecho de Entrando en fuego ha desembocado en una abierta desconfianza del Derecho Político y aun de la Constitución, que considera meras trampas del poder ("¿Qué sucederá?", p. 976; "La trampa", p. 1043). No es extraño que aliente alguna forma de revolución, aunque de manera medrosa, temiéndola como a un estallido desbocado.
Ahora bien, la revolución ramoniana se ciñe finalmente al ámbito de la conciencia individual. La acción libertaria se sitúa en la margen pedagógica del arte ("La acción libertaria", p. 990), una acción callada que crea conciencias libres, y sólo a través de la proliferación de individuos poderosos de personalidad superior se aspirará al poder de la unión ("La sublevación individual", p. 992). El objetivo es ya la creación del carácter (como en su concepto de la literatura de 1909), la creación de una aristrocracia de la personalidad que deriva de las ideas conjugadas de Stirner y Emerson. Al primero lo glosa directamente ("Sobre la conferencia de la paz", p. 1006), y del segundo procede la "creación del carácter", así como varias de las ideas que transitan las obras de 1908 a 1910.
Frente al desconsuelo que provoca la muerte justa de ideales antiguos y periclitados: religión, justicia, gloria, Gómez de la Serna descubre «la aurora del personalismo» en otra glosa de Stirner:
10«¡Ya no más distracciones ni fanatismos que arrojen sombra sobre la trascendencia absoluta del yo, ni le separe de su propio objeto íntimo!. […] [Sobre la falsa noción de Dios] «hemos sobrepuesto nuestro absoluto transformable y único.»
10 "La verdad suprema", ídem., 30.8.1907; pág.1018-19. |
«El carácter es este orden moral visto a través de una naturaleza individual», afirma por su parte Emerson; y luego, para ilustrar el concepto, acude a la figura del genio, de absoluta pertinencia en la configuración de la imagen del artista ramoniano:
11«Hay cierta clase de hombres, que aparecen a largos intervalos, tan eminentemente dotados de intuición y de virtud, que han sido saludados unánimemente como "divinos" y que parecen ser una condensación de ese poder que analizamos. Esas personalidades divinas son la encarnación del carácter.»
11 EMERSON, Ralf Waldo: Confía en tí mismo, Río Nuevo, Barcelona, 1994, pág. 64-86. |
Sólo al tiempo que la liberación se produce en el seno cercado del individuo podrá llevarse a cabo la revolución colectiva. Luego, en los artículos para Prometeo y en alguna obra de teatro de la misma época, se podrá comprobar que esta revolución es considerada una especie de milagro osmótico, cordial e incruento, en el que la lucha no produce verdaderamente en la arena. Gómez de la Serna nunca defiende la revolución violenta ni la toma de las armas. Se aprecia en "Sobre la conferencia de la paz" y en "La verdad suprema" (p. 1018), donde, por cierto, se resume seminalmente las tesis que defenderá en Morbideces:
12«En ser naturales y humanos debemos poner todo nuestro interés, sondeando en la profundidad olvidada de nuestra personalidad dónde está la verdadera felicidad […], íntima y apacible, desplegando espontáneamente por el influjo de las cosas, de las almas y de los pensamientos, toda una fama de sensaciones benignas y que el arpa recóndita de nuestra voluptuosidad esconde en su neurosis…».
12 "La verdad suprema", La Región Extremeña, 30.8.1907; pág.1019. |
Más bien, cuando alude a la rebelión sangrienta, Ramón se somete a disgusto, sin alegría, con resignación, aunque sea con la idea positiva de anteceder un mundo mejor. Así lo vemos tanto en "Las rebeldías del hambre" como, mucho más tarde, en su prólogo a Muestrario (1918):
13«Nosotros no podemos resistirnos a esto: peor era la otra manera de suceder las cosas, era más rigurosa. […] Estos, por lo menos, [ …] harán la revolución y les cortarán la cabeza a aquellos, lo que será un bien porque solo por el cuello, por el gollete abierto y destaponado, les entrará en ese momento la ráfaga de aire libre y del arte libre.
[…] Nosotros debemos ver con gusto la lucha terrible. Quizás no saldrá de ella, venza quien venza, ninguna prosperidad para nuestras ideas, porque el buen observador ve en todas las multitudes el deseo de despedazar, de achicar, de vencer, de arruinar, de empequeñecer. […].
Como esa cuestión social que nos envuelve tendrá que resolverse de acuerdo con los más nuevos ideales, deberemos estar preparados a vivir una vida más modesta. Quizás nos mate esta variación de cosas […].»
13 O.C., T-IV; págs. 445-446. |
La imagen del intelectual humanitario que domina desde 1905 hasta 1907 en los artículos de periódico no desciende al terreno revolucionario para la agitación social de masas, al menos no de forma ortodoxa. Siempre se ajusta a una "revolución del alma", de carácter individual. En este sentido, esa imagen comprometida será continuada por la posterior encarnación del descabezado Tristán en Morbideces (1908), por el "insurrecto" de 1909, por la "personalidad arborescente" de El libro mudo (1910), y no creemos exagerar si establecemos un puente hasta el literato de la revolución ajustada a las guardas del libro que pervive en El hombre perdido (1947). Todas las variantes se circunscriben a la liberación del hombre natural en el seno del individuo.
14, había dejado escrito Max Stirner.«Revolución e insurrección no son sinónimos. La primera consiste en una transformación del orden establecido, del status del Estado o de la Sociedad; no tiene, pues, más que un alcance político o social. La segunda conduce inevitablemente a la transformación de las instituciones establecidas. Pero no parte de este propósito, sino del descontento de los hombres. No es un motín, sino el alzamiento de los individuos, una sublevación que prescinde de las instituciones que pueda engendrar»
14 STIRNER, Max: El único y su propiedad, Labor, Barcelona, 1974, págs. 213-214. |
El obrero «desengañado del resultado de los tribunos del mitin, cansado de fiar esperanzas en la fructuosidad de la unión —en la política nunca creyó— había determinado [protestar] […]
Pensé que individualidades así son las que crean los grandes movimientos, pues con su fe en sí mismos, fomentan indirectamente la gran fe en los demás, porque sólo cimentando su poder particular, podrán aspirar al poderío de la unión, que es una suma y no un factor y que sin ese fundamento individual no tiene base ni fuerza…
[…] llevando la cerviz doblada […], a la vez la erguía con altivez el impulso de su consideración íntima y propia, que era la victoria del espíritu sobre la miseria y que era, por sí sola, una aristocracia de la personalidad humana…»
15, consideraba Gómez de la Serna.
15 "La sublevación individual", en La Región Extremeña, 22.11.1906, O.C., T-I, págs. 993-994. |
¿Qué es, pues, lo que hace frontera entre este intelectual humanitario y Tristán (y con el Ramón posterior)? La referencia (y dependencia) del artículo periodístico a una realidad externa al texto. Su falta de autonomía. Prácticamente, todos los aparecidos en La Región Extremeña se refieren a un hecho político, social o literario que se ofrece como excusa para la glosa crítica. La implicación autobiográfica a que nos referíamos, común al periodismo de Larra y Azorín, se proyecta hacia la crítica externa al propio individuo y funciona más como recurso de verosimilitud que como elemento inexcusable del programa vitalista de quien ofrecerá cada fragmento de escritura como un trozo de la propia vida. Tanto las críticas como las propuestas se hallan asimismo proyectadas por medio de un pedagogismo que pretende el progreso social, cuando, por el contrario, ya desde Morbideces, Tristán usará la literatura como boomerang que le asista en la definición de la propia individualidad autosuficiente y natural, antidogmática, antirracional. El autor, después de 1908, trazará la circunferencia en torno a sí, convirtiendo la literatura en un espacio para el egoísmo cordial y vitalista, creando un lugar mítico donde ampliar los horizontes de la vida.
No faltan en la fase de 1905 a 1907 atisbos de ese Ramón "adaptado" y "anfibio" que se inventará una máscara de independencia literaria, menos ocupado en la opinión intelectual acerca de los devenires sociales.
El periodismo de Ramón nace de su azorinismo. Nace como un paseante, lector curioso y observador, que se incluye como testigo de excepción de la realidad que comenta, pero que guarda la prudente distancia irónica y escéptica de quien se siente por encima del error general.
16«Y he salido, recorriendo las viejas calles madrileñas […].
Y he sonreído, porque conozco al joven Azorín, al observador taciturno tras el cristal de su monóculo, porque no puedo dudar de su sinceridad, que nos ha dicho en ABC… […].
¿Comprendéis […] por qué yo, desconocido admirador del joven desinteresado y luchador Azorín, me he sonreído […]?»
16 "El atentado", ídem., 9.6.1905, págs. 945-946. |
«Mi defensa, lo que ha hecho pasar por la Universidad incólume, sin contagiarme con su espíritu antañón inhumano, ha sido esta sonrisa que es el antídoto de todo lo falso y lo feo.»
17
17 "Ante un nuevo curso", ídem., 24.10.1907, págs. 1032-1033. |
Se percibe al que callejea, seguro de su superioridad intelectual y escepticismo redentor. «Observando, detrás de Costa, que marcha…», «he ido por la calle», «vi, escuché, observé», «Yo, que al observar bajo mi paraguas estas pequeñas diferencias y contradicciones», «Pero indiferente, observador, independiente, he entrado en la cámara», «suelo recorrer las calles para sorprender la doblez de los hombres», «yo creo que es peculiar al hombre observador ver la gran unidad en todo, hasta en lo ínfimo, que es prueba de su evolución», «Y al llegar esta hora me marcho a pasear por unas calles limpias, regularmente anchas […]; calles sin ruidos que sobresalten; sin escándalos y alborotos que nos indignen». Se multiplican las implicaciones del paseante, testigo de excepción —alma superior—, que ve, oye, comenta y ríe o gruñe con distancia irónica.
18«Ríete distraído considerándote sin orgullo, grande, sin pararte a razonar si los demás te califican creyéndote así; sigue manejando tus libros y tu pluma para tener la gloria de alcanzar la felicidad de considerarte mucho […]; pues que el mundo te considerase portento sin creerlo tu interior, es doloroso, ruin, te despreciarías. Las victorias del individuo son mayores cuando las alcanza ante sí, admirándolas sinceramente…
[…] sin fijarte en el qué dirán de esas gentes vulgares, las imágenes de lo prehistórico en las razas que denotan reacción […]; y mira su pequeñez inconsciente que obró, guiada por lo objetivo o por la influencia de otras opiniones, denigrada al carecer de subjetividad.»
El literato tiene un destino más alto que la mercantilización de su obra. Su vocación no es negociable. No vale un anuncio en el periódico para buscar trabajo: «Se desea una colocación humilde. Joven de buenos informes y literato»:
1920«solo son literatos los que después de arduo pelear, son aplaudidos por un gran público, y son también literatos los que con unos gustos especiales extraordinarios, profecías de otras épocas, sin llegar a ser comprendidos por muchos, viven una vida de soledad y de apartamiento, una vida quizás hambrienta; pero como tienen verdadera fe en sus ideales, como son ellos mismos y claudicar es morir, en ellos, y viven unidos a la mujer pura de sus amores, de sus pensares, que si degenerara en meretriz calmaría sus hambres, y si trabajara en lo vulgar, sus manos de princesa se estropearían y su atención dejaría de germinar silenciosa algo único, que no nace más que una vez.»
18 "Ante el desengaño", ídem., 27.1.1907, págs. 939-940. 19 "La profanación", ídem., 21.4.1906, pág. 979. 20 Ídem., págs. 979-980. |
El genio no se vende. Pero al genio hay que mantenerlo. Está claro que, si el arte no es un bien comercial, alguien tendrá que ocuparse del artista. A propósito de una mendiga bella a la que sólo dan limosna cuando se disfraza de vieja fea y pordiosera, Gómez de la Serna comenta:
21«me acordé de esa belleza hecha forma que admiramos en las concepciones de nuestros artistas, que es su alma, que todos las consideran imponderables, grandiosas, pero que nadie sostiene con su apoyo material».
21 "La de los ojos azules (cuento)", ídem., 25.4.1906, pág. 982. |
El intelectual humanitario está herido de muerte por la misma esencia constructiva del modelo de artista ramoniano: el mito. Si bien parte de un compromiso social y de un concepto utilitario de la literatura, la primacía de la creación del carácter (el descubrimiento del genio en uno mismo) y la insurrección interiorizada que ha de llevar a una verdad suprema provocan el deterioro del servicio a la comunidad en beneficio de la "autoinspección" encerrada en un espacio mítico circular. El "descabezamiento", la irrupción del azar, la negación de la razón, a que llega con Morbideces conducen al establecimiento de un ámbito de verdad natural, presente e inmanente, donde la historia (y el contexto histórico contemporáneo que fundamentaban sus artículos) desaparece. Ya no es posible el compromiso con lo que ha dejado de importar, excepto como "clisé negativo". La vida, considerada como valor absoluto, sujeta al mundo en el instante pasajero, lo limita al individuo que lo percibe y lo rodea de un eterno retorno. Será Ramón en el centro de sus morbideces: aquello que abarca con la mirada (con los sentidos). El mamífero se ha saltado los sesos del idealismo racionalista y ha acogido al salvaje nietzscheano. Aunque el escritor madrileño concebía este suicidio dentro del círculo mágico del mito: la escritura.
¿Y lo demás? Lo demás es sólo vida civil, vida de burgués. ¡No se le iba a ocurrir tomar parte en la "propaganda por la acción" del terrorismo anarquista! Todo el esfuerzo de Ramón será para maridar su ineluctable condición burguesa con el salvaje (el verdadero). Lo conseguirá mediante la "adaptación" al medio: se convertirá en escritor, un honrado burgués con una ocupación liberal; pero en su fuero interno sabe que esa es una máscara mítica para domesticar al salvaje. La vida se hace escritura sin fronteras (o, precisamente, contra la única frontera), vida escrita y escritura vivida; el hombre natural goza de una vida vicaria en las letras, que se aplicarán en la certificación de un presente fugitivo en competencia con lo indecible, es decir, la sonda continua de lo abocado al tránsito hacia la muerte.